21.12.14

Construcción simbólica y ritualística a raíz de la Matanza de Santa María de Iquique


Por Ignotus

 Nota: Artículo publicado originalmente en Archivo Histórico La Revuelta


Entre fines del siglo XIX y principios del XX, un segmento del mundo popular terminaría de configurar su experiencia social y su concepción de sí mismo (es decir, su identidad colectiva) en términos sustancialmente diferentes a los que había prevalecido en el pasado: ya no como peones, “rotos” o campesinos, sino como integrantes de una emergente clase obrera(1). Y evidentemente, para el éxito de dicho proceso, sería de especial relevancia la utilización del aparataje simbólico y ritualístico por parte de las distintas tendencias y proyectos que se disputaban el mundo obrero: demócratas, socialistas, anarquistas. (2)

Los anarquistas fueron especialmente sensibles a la utilización de símbolos y la ceremonialidad y como tal, le atribuyeron importancia fundamental ya fuera para contrarrestar la múltiple y heterogénea simbología generada desde el proyecto político, social y cultural impuesto por la oligarquía. Varios de estos elementos simbólicos y ritualísticos encontraban sus orígenes en la Revolución Francesa, en la Comuna de París y eran empleados por el movimiento obrero en su conjunto, como es el caso, por ejemplo, de la bandera roja, o el empleo de los himnos La Internacional, Hijos del Pueblo, Himno de los Trabajadores de Turati, etc.

El movimiento obrero local iría incorporando, eso sí, elementos nuevos, expresados tanto en símbolos y ritos, imágenes y actitudes, todos los cuales eran producto de las experiencias que iban generándose en el movimiento social local. En este sentido, señalamos, se trataba de una construcción permanente, en ningún caso cerrada y acabada, sino en constante dinamismo, integrándose permanentemente nuevos elementos. No obstante, ya durante la primera década del siglo XX, los distintos componentes del movimiento obrero local habían logrado delimitar un espacio y una imagen que les caracterizaría a lo largo de todo el periodo, una base sobre la cual se integrarían nuevos elementos a lo largo de todo el periodo.


En este espacio nos abocaremos al análisis de esta construcción simbólica y ritualística por parte de los anarquistas en torno a la Masacre de la Escuela Domingo Santa María de Iquique. A raíz de esta masacre se generarían una serie de elementos, simbólicos y ritualísticos que buscaban no sólo mantener viva tan descarada injusticia social, sino además, a través de la misma, orientar a los obreros hacia un proyecto (ideas anarquistas), y construir identidad.

SANTA MARÍA DE IQUIQUE
Se trata de la fecha más importante de las conmemoraciones del movimiento obrero local, después del 1ª de Mayo. Resulta superfluo explicar el origen de esta manifestación. Ya se ha escrito bastante sobre esta matanza en Iquique de varios miles de obreros por las tropas al mando de Silva Renard (3). Interesa en este espacio, dar cuenta de cómo se fue construyendo este espacio conmemorativo durante los primeros años del siglo XX. Y aquí la cuestión no se diferencia de la forma como los anarquistas y demás tendencias obreras fueron construyendo sus ritos y ceremoniales conmemorativos, es decir, a través de manifestaciones, creaciones culturales (poemas, artículos de prensa, cuadros etc.), discursos, conferencias, veladas, romerías fúnebres, etc. Evidentemente, esta no sería solamente tarea de los anarquistas, sino, más ampliamente, de los obreros organizados, aunque, los anarquistas igualmente –cómo negarlo- le darían ribetes originales a sus manifestaciones, marcadas por la acción directa, la venganza, la prisión, y también por la difusión cultural incansable de sus propagandistas.

Así, por ejemplo, inmediatamente enterados de lo sucedido, los anarquistas porteños, organizados en la Federación Internacional de Trabajadores, llamaron a un “mitin de protesta” realizado a eso de la 1,30 pm, en el que participaron las distintas sociedades de resistencia con sus estandartes enlutados. (4) Junto a elementos del PD, los anarquistas porteños formaron un Comité de Solidaridad con los obreros pampinos y sus familias. Este organismo, se preocuparía de generar recursos para éstos, a través de veladas, rifas, creaciones artísticas, etc. Además, dicho Comité llamaría a varios mítines de protesta y actos fúnebres simbólicos. (5)  En Santiago y otras ciudades del país, se formarían Comités paralelos.  Desde entonces, las Romerías fúnebres se sucederían una tras otra, tanto en Iquique mismo, como en los distintos pueblos y ciudades del país. En La Reforma, de Santiago, se puede leer, por ejemplo: “Por los muertos de Iquique, gran manifestación de duelo en Valdivia… Por acuerdo total de las sociedades obreras se reunieron en plaza Pedro de Valdivia para de ahí marchar al cementerio, con sus estandartes y banderas enlutados” (6).

Por lo general, las sociedades obreras, con sus estandartes enlutados, se reunían en la plaza pública, en donde se realizaba un mitin, en el que los oradores se encargaban de recordar lo allí sucedido, insertando esta tragedia en el marco de las luchas obreras, tanto locales como internacionales. Por lo general, se trataba de discursos encendidos y llenos de emotividad, en el que el poder, a través de todas sus instituciones, aparecían totalmente contrapuestos a los obreros, a los parias que luchaban con la tiranía; dos posiciones irreconciliables eran las que se construían en estos discursos, cuestión que los obreros bien experimentaban a diario. Se trataba de un acto con fuerte contenido identitario.

Enseguida, desfilaban en procesión por las calles de la ciudad o pueblo, en algunas ocasiones con velas encendidas en mano. Se entonaban himnos revolucionarios y se visitaba el cementerio de la ciudad, en acto simbólico. Allí nuevamente, se realizaban algunos discursos… y así, la cuestión se repetiría cada año en varias ciudades, principalmente –desde luego- en Iquique. Pero también en otras ciudades del país.

A través de estas actividades, los obreros sacaban a la vía pública lo acontecido, poniendo esta Matanza en la opinión pública.

Al cumplirse un año de la Matanza, se generarían en distintas partes del país manifestaciones conmemorativas. Como ocurría con los 1ª de Mayo, también para los 21 de diciembre se conformarían Comités organizadores, comités compuestos tanto por anarquistas, socialistas, demócratas, feministas, etc. En El Pueblo Obrero,  se señalaba hacia diciembre de 1908:
“…con motivo de la aproximación de esta fecha, el Comité tiene bastante avanzados sus trabajos para llevar a efecto una gran romería al cementerio en homenaje a las víctimas sacrificadas por el poder, y calumniadas por los capitalistas que veían en la huelga una horrible amenaza de saqueo, desolación, incendio y muerte ocasionados por el susto…” (7)

En Iquique se reunieron grupos obreros en la Plaza Condell. En el lugar haría uso de la palabra uno de los sobrevivientes, el obrero y artista, Sixto Rojas quien había sido el secretario del directorio de la huelga. En su discurso, culparía de lo sucedido a la “mala organización social” (8). Se señalaba en otro número que los trabajadores se tomaron el día 21 como feriado, para recordar a los caídos. “Y no podía ser de otro modo, puesto que el pleito homenaje que se rendirá al más grande de los sacrificios consumados injustamente por el capital y el poder, es obra de reparación y de justicia, que se impone como una protesta a la más bárbara matanza verificada por la obra inicua de una oligarquía avasalladora”. Se invitaba a asistir a la romería “porque ella se necesita, como un principio de la absoluta posesión de la soberanía que debe ejercitar, un pueblo ultrajado, porque cuya soberanía es el símbolo, el más grande de los patrimonios de los libres” (9)

El Pueblo Obrero, imprimió un cartel, una litografía conocida en la época. En el centro aparecía un hombre crucificado, representando al pueblo, con sus pies y manos atadas al vertical, mientras en el travesaño tiene destacada la palabra CAPITAL; flechas le clavan las piernas y el torso, que dice Tocopilla, Santiago, Valparaíso, lugares en que se manifestaran igualmente las Matanzas. Esta Litografía fue obra de Sixto Rojas Acosta. (10). 

Similares actos se sucederían año tras año en Iquique. En las demás ciudades, por lo general, se desarrollarían mítines de protesta, romerías fúnebres y veladas de homenaje a los caídos. En el marco de éstas, año tras año, los anarquistas difundirían un discurso de condena a los tiranos, pero fundamentalmente  impregnado de ánimo de revancha. A partir del primer aniversario, el ritual sería repetido cada año, no sólo en Iquique, sino también en otras ciudades y pueblos del país. Hacia 1911, en el lugar en que, en fosa común habían sido sepultados los obreros muertos (en el cementerio nª 2), se levantaría con posterioridad un recordatorio. El Tarapacá entonces señalaba: “hoy es el cuarto aniversario de los luctuosos sucesos de que fue teatro la plaza Montt en año 1907. La huelga obrera que se declaró a principios de diciembre, tuvo su fin el 21 del mismo en forma tristísimo, que apena el clima. Los restos de los que cayeron en aquel nefasto día, descansan hoy en un mausoleo levantado con el óbolo de los trabajadores que sobrevivieron” (11)

La prensa obrera ocuparía sus portadas con homenajes y reconocimientos a los caídos, a los “Mártires”, a la vez que condenas y maldiciones a los responsables de la Matanza. Desde los asesinatos mismos, la prensa obrera se encargaría de hacer presente la tiranía de las autoridades. Incluso, los mismos protagonistas de la huelga, ya fuera encubiertos bajo algún seudónimo, o escribiendo en periódicos extranjeros, expresaban sus sentimientos aún demasiado impregnados de sangre y lágrimas. Desde abril, comenzaría a ser publicada en el Pueblo Obrero, una carta de Luís Olea –entonces en el Perú- en que el anarquista contaba su versión de los sangrientos sucesos. (12)

Grupo de obreros camino a la Escuela Santa María, Iquique 1907

PRODUCCIÓN CULTURAL.
Por otra parte, varios intelectuales y obreros ilustrados se inspirarían para escribir sobre lo acontecido. Estaba la necesidad de romper con el silencio que trataba de imponer el poder. Había que propagar la verdad de lo sucedido, y para ello –además de las romerías fúnebres- comenzarían a emerger una serie de folletos y artículos en la prensa obrera que bien se encargaban de no dejar oculta esta Matanza.

En Valparaíso, un grupo de obreros e intelectuales del centro del país, “en vista  de la crítica situación creada al pueblo pampino por la conducta de los salitreros y la opresión ilegal de las autoridades en la provincias del norte” acordaron formar un Comité de Defensa de Obreros Pampinos, “para hacer campaña por la prensa, el folleto y el libro, en pro de los intereses y derechos del proletariado”.

Con este fin publicaron Los sucesos del Norte, folleto en verso de Alejandro Escobar i Carvallo, “cuya primera edición se ha agotado completamente, proyectándose imprimir la segunda dentro de poco”. También, en prosa y en preparación estaban las siguientes publicaciones: La Masacre,  El Cantor de la PampaLos Sucesos de Iquique, folleto histórico-crítico debido a la pluma de un ilustre hombre de ciencia; En la Tierra del Salitre, estudio económico-político-social, publicado por capítulo en La Reforma…   A ello habría que sumar “Los Mártires de Tarapacá”, subtitulada “21 de diciembre de 1907. Obra ilustrada con varios grabados que contiene una completa y verídica relación de los sangrientos sucesos desarrollados en Iquique con motivo de la huelga de los trabajadores”.   (13) Otra obra por entonces editada (febrero de 1908): “21 de diciembre. Compendio y relación exacta de la huelga de los Pampinos desde su principio hasta su terminación” de Leoncio Marín, también testigo presencial. (14)

En el ámbito de las presentaciones filodramáticas, igualmente, la Matanza se haría presente. Se puede leer en La Reforma hacia enero de 1908: “Mártir del Trabajo”, con todo éxito se está ensayando una pieza dramática que será puesta en escena en una gran función que habrá el domingo 5 de enero en el Teatro Salón de la Sociedad de Comerciantes del Mercado Central. La obra en cuestión esta basada en los hechos históricos obreros y en la colosal huelga del norte, donde hubieron tantas víctimas, donde la miseria, el hambre y el luto han cubierto a muchos miles de hogares proletarios” (15) La obra, desde entonces, sería prolíficamente representada en los salones obreros a lo largo del país.

Canto a la Pampa
La contribución de mayor fuerza emotiva, sin embargo, la daría el obrero y poeta anarquista, Francisco Pezoa Astudillo, con su Canción de Venganza, después conocida como Canto a la Pampa, o simplementeLa Pampa.

Desde 1905 que Francisco Pezoa se encontraba en el norte. Había trabajado en Estación Dolores con Ignacio Mora, Luís Alberto Mancilla y Julio Valiente en la redacción de La Agitación,  participado en varios centros de estudios sociales y ateneos nortinos junto a sus antiguos camaradas, y a nuevos adherentes que se sumaban en la pampa.

Para el verano de 1908, es muy seguro que aún se haya encontrado en el norte, siendo testigo de las miserias de los obreros pampinos y sus familias, siendo testigo del dolor de sus mujeres abandonadas y huérfanos.   De todo ello, este luchador se conmovería, y durante ese verano, y aprovechando la contagiosa melodía de un vals, muy popular por entonces, llamado “La Ausencia” -“que nadie podía oír sin sentir por lo menos ganas de silbar al que cantaba”, y que decía más o menos así: “¡Cómo se han ido volando, ingratas, las raudas horas de un tiempo cruel; hoy de ti lejos y abandonado!…” (16)-, Pezoa, inventaría el que se convertiría en el himno más conocido de los trabajadores de la región: el Canto de la Venganza, luego conocida como Canto a la Pampa.

El ejercicio de Pancho fue sencillo, reemplazaría esos versos que cantaban amoríos y lejanías, por versos que cantaban la tragedia de los trabajadores pampinos, la tragedia de esas miles de familias desamparadas y que interpretaban bien sus ansias de venganza. La música de este conocido vals entonces, pasaría a acompañar versos como estos, que reproducimos en su integridad para no perder su real trascendencia:

Canto de la Venganza, también conocido, con posterioridad, como Canto a la Pampa o La Pampa (con música de “La Ausencia”):

Canto a la Pampa, la tierra triste
réproba tierra de maldición,
que de verdores jamás se viste
ni en lo más bello de la estación;
donde las aves nunca gorjean,
donde no crece la flor jamás,
donde riendo nunca serpea
el arroyuelo libre i fugaz.

Año tras año por los salares
del desolado Tamarugal,
lentos cruzando van por millares
los tristes parias del capital:
sudor amargo, su sien brotando,
llanto sus ojos, sangre sus pies,
los infelices van acopiando
montones de oro para el burgués.

Hasta que un día como un lamento
de lo más hondo del corazón,
por las callejas del campamento
vibró un acento de rebelión,
eran los ayes de muchos pechos
de muchas iras era el clamor
la clarinata de los derechos
del pobre pueblo trabajador.

“Vamos al puerto, dijeron, vamos,
con su resuelto, noble ademán,
para pedirles a nuestros amos
otro pedazo, no más, de pan”.
Y en la misérrima caravana
al par del hombre marchar se ven
la amante esposa, la madre anciana
y el inocente niño también.

¡Benditas víctimas que bajan
desde la Pampa, llenas de fe,
y a su llegada, lo que escuchan,
voz de metralla tan sólo fue!
¡Baldón eterno para las fieras
masacradoras sin compasión!
¡queden manchados con sangre obrera
como un estigma de maldición!.

Pido venganza para el valiente
que la metralla pulverizó;
pido venganza por el doliente
huérfano triste que allí quedó;
pido venganza por la que vino
tras el amado su pecho abrir;
pido venganza para el pampino
que como bueno supo morir.(17)

 Y esta canción se cantaría poco a poco en cada velada, en cada mitin, en cada huelga, o calabozo, convirtiéndose en un verdadero himno del proletariado de esta región, himno de los parias sin dios ni patria, himno de los olvidados y explotados en los campamentos salitreros, en las minas de carbón o suburbios urbanos. Y Pancho…, Pancho se convirtió sin quererlo en una especie de trovador, aunque más ampliamente, era una especie de intelectual autodidacta, un hombre, formado en el mundo de la sociabilidad obrera, pero lo cierto es que desde entonces, aquel muchacho que habitaba uno de los tantos conventillos del Mapocho –junto a su madre, la señora Berta, ya anciana-, se hizo conocido y admirado por todos, y cómo no, si el tema arrancaba lágrimas al ser entonado en cualquier sociedad obrera, especialmente en las sociedades anarquistas, a quienes las autoridades persiguieron implacablemente. (18)

Desembarco de sobrevivientes de Iquique en Muelle Prat de Valparaíso, 1907

PIDO VENGANZA!!  
A diferencia de lo que ocurría con el 1ª de Mayo, interpretado por los socialistas como una “fiesta del trabajo”, en el caso de la Matanza de Santa María, todos concordarían en que se trataba de una fecha de luto, de sangre, de horror, de sacrificio del pueblo obrero. No obstante, a pesar de esta concordancia –plasmada por lo demás en actos en común, en que predominaba el luto, el dolor-, el discurso anarquista igualmente iría tomando características propias –que plasmaría también en actos.

La necesidad de venganza sería lo que caracterizaría sobre todo al discurso anarquista; el ánimo de revancha afloraba en cada discurso, en cada práctica, en cada oportunidad en que era recordado el tema. En este sentido, podemos afirmar que era este ánimo de revancha, esta necesidad de vindicación, el elemento central de este discurso, en contraste con el discurso demócrata y socialista, más enfocado en mantener en discusión en los aparatos del Estado (parlamento, por ejemplo) el tema pensando con ello en allanar camino para su integración en las mismas. A diferencia del discurso demócrata o socialista, que veía en el Estado una posible compensación futura a las víctimas, a sus familiares, tratando de deslindar responsabilidades, los anarquistas no buscaban ninguna compensación, ni reconocimiento por parte de las autoridades de sus responsabilidades. Todo ello no importaba pues más bien era visto como una legitimación de la autoridad estatal. Y por lo demás, de nada servía, pues bien se sabía que el Estado volvería a realizar dicha masacre una y otra vez si fuera necesario… como lo demostraba la historia(19)

VINDICACIÓN.
Y al parecer dicho discurso encontraría finalmente eco en algunos. En este sentido, sin duda, dos hechos ayudarían también a hacer prevalecer en la memoria colectiva esta horrenda masacre: el atentado al Convento Carmelitas Descalzos, la noche del 21 de diciembre de 1911, al cumplirse 4 años de la masacre (20), y la acción individual de Antonio Ramón Ramón, hacia diciembre de 1914 (21)

Todo ello, junto con constituirse en un factor anexo de propaganda de las ideas anarquistas (lo que se manifestaría en el repunte que luego tendrían), tendría también consecuencias directas para la propaganda de la conmemoración de la Matanza de Santa María de Iquique. Muchos seguramente aplaudieron el acto, como un acto de venganza…Y en consecuencia, el tema se mantenía vivo cada año en la memoria histórica de los oprimidos de esta región (22)

Estos fueron los inicios de este ritual que sigue vivo hasta nuestros días, a partir de los años 30, los partidos de izquierda que se hicieron en cierto modo herederos de una tradición iniciada antes por los anarquistas y obreros en general. Pero aquello lo analizaremos en otra ocasión.


 NOTAS

1.      Suriano, op. cit.,  p. 299
2.      B. Baczco, Los Imaginarios sociales. Memorias y esperanzas colectivas, Buenos Aires, Nueva Visión, 1991, p 40.  En este sentido se entienden las afirmaciones de Bronislav. Baczco, de que en ningún camino de la historia, ni siquiera en los de las revoluciones “burguesas” u otras, “los hombres caminan desnudos”. Necesitan “vestimentas, signos e imágenes, gestos y figuras, aunque más no sea para comunicarse y reconocerse en la ruta”. Las esperanzas y los sueños sociales –señala Baczco- “buscan cristalizarse y están en pos de un lenguaje y de modos de expresión que los hagan comunicables”
3.      ver Eduardo Deves, Los que van a morir te saludad. Historia de una masacre: Escuela Santa María de Iquique, 1907, Santiago, Lom, 1997; Sergio González, Ofrenda a una Masacre, LOM, 2007, quien realiza un estudio exhaustivo de la bibliografía y producción cultural del tema
4.      La Unión, Valparaíso, 24 de diciembre; El Chileno, Valparaíso, 24 diciembre 1907
5.      La Reforma, Santiago, 12 enero 1908
6.      El Pueblo Obrero, 8 de febrero de 1908; Bravo Elizondo, Santa María de Iquique 1907: Documentos para su historia, Santiago, Editorial Cuarto Propio, 1993
7.      El Pueblo Obrero, 15 diciembre
8.      El Pueblo Obrero 9 de enero de 1909; Bravo Elizondo, Documentos…, p. 188
9.      El Pueblo Obrero, 17 diciembre 1908; en el marco de este primer aniversario el periódico anarquistaPrimero de Mayo (Iquique, n° 1, 2° época, 21 de diciembre de 1908) concentraría sus ataques en la institución militar en su conjunto, sostenida por el Estado.
10.  pintor y anarquista, participó en el comité huelguista, fallecido en 1941, a los 58 años. Recientemente, su nieto, Héctor Sorich Rojas, ha publicado su biografía “Sixto Rojas, un protagonista olvidado”
11.  El Tarapacá, 21 diciembre 1911; Aunque ya en 1910, se formaría un Comité Pro Mausoleo de las víctimas del 21 de diciembre. El Tarapacá, 23 de diciembre 1910; “Nunca la flor creció…op. cit., p. 52 Este mausoleo, sería descrito por Nicomedes Guzmán en su novela “La Luz viene del mar” 1963, p. 192: “se encontraban junto al cuadrilátero que guarda los restos más que treintañeros de las víctimas caídas en la masacre de la Escuela Santa María. Una placa recordatoria, unas pequeñas escalerillas de mentido mausoleo, y, arriba, sobre una especie de pedestal, la figura de un pampino, apuesto y de largos bigotes: he ahí el homenaje popular a los cientos de hombres inmolados”; “Nunca la flor creció…op. cit., p. 41; el actual monolito, data de 1957, en conmemoración de los 50 años de la Matanza, y se ubica aun costado de la Escuela Santa María, ver Bernardo Guerrero, “Nunca la flor creció”, 2007, p. 44
12.  El Pueblo Obrero, abril 1908
13.  “Los Mártires de Tarapacá. 21 de diciembre de 1907. Obra ilustrada con varios grabados que contiene una completa y verídica relación de los sangrientos sucesos desarrollados en Iquique con motivo de la huelga de los trabajadores”, enero 1908; reeditado recientemente, 2007
14.  Leoncio Marín, 1908; citado por Bernardo Guerrero: “Nunca la flor creció. Centenario de la Matanza de la Escuela Santa María” ediciones El Jota Errante-Campvs, 2007
15.  La Reforma, Santiago, 1 de enero de 1908
16.  La Oscura Vida Radiante, op. cit
17.  El Pueblo Obrero, abril 18 de 1908; La Protesta, Santiago, n° 3, primera quincena de junio de 1908
18.  La Oscura Vida Radiante, op. cit.
19.  El Hambriento, Lima, marzo de 1908; Luz i Vida, 1° de mayo de 1908; La Protesta, n° 1, 1° de mayo de 1908; Luz y Vida, n° 29, diciembre de 1910
20.  AHN, FJC, Santiago, Legajo 1675, Doc. 42; Harambour…La Sociedad de Resistencia, op. cit.; ver Harambour…op. cit.
21.  Entre en dolor y la Ira…p. 24
22.  ver por ej.  Manifestaciones de 1912, 194, 1920: El Diario Ilustrado, 24 de diciembre de 1912 Ver también la versión de los anarquistas: La Batalla, nº 3, 1ª 15º enero 1913; El Productor, nª 13, enero 1913. Sobre 1914 ver: La Batalla, nª 23, 1ª 15ª enero 1914. Sobre 1920 ver: Mar y Tierra, 2ª 15ª diciembre de 1920; Mar y Tierra, 2ª 15ª enero de 1921.

13.12.14

Autodidactismo y cultura anarquista. La experiencia de Francisco Pezoa Astudillo (1885-1944)

por Ignotus

Nota: Reproducimos a continuación este artículo del compañero Ignotus  publicado en dos partes en el periódico El Sol Ácrata de Antofagasta, en sus ediciones N°27 (julio 2014) y N°28 (agosto - septiembre 2014)



En declaraciones hechas ante el juez a cargo del proceso a la Sociedad de Resistencia Oficios Varios (SROV) de Santiago -a comienzos de 1912-, Francisco Pezoa señalaría tener 28 años, ser “natural de esta ciudad”, “soltero”, domiciliado en calle de Herrera nº 140, y ejercer el “oficio de cigarrero”. (1) En la ocasión, Pancho declararía además ser “anarquista desde hace diez años” y que lo había hecho “propagar esta doctrina el estudio, la observación y el convencimiento”. Reconocía además, haber tomado parte en las distintas “huelgas que han tenido lugar en esta capital desde el año 1903, más o menos”. Señaló además que “No tomé parte en las jornadas del 22 i 23 de octubre de 1905 por no encontrarme aquí sino en Iquique trabajando como tipógrafo en la imprenta de “El Tarapacá”. Durante mi permanencia en el norte (publicamos) en el pueblo de Dolores, junto con Juan de Dios Valdés, un periódico con el fin de propagar las ideas anarquistas. Se denominó La Agitación


Reconocía formar parte de la SROV, pero creía que “no todos los miembros” de esta sociedad eran anarquistas, “y muchos de ellos son sindicalistas”. Declararía además, propagar las ideas anarquistas en forma pacífica, a través de la pluma y la tribuna, avalando la violencia “sólo en causas extremas”. Así por ejemplo, “en un mitin de esta ciudad en octubre de 1909 en la plaza Vicuña Mackenna hice uso de la palabra con el fin de hacer propaganda de mis ideas anarquistas e igual cosa he hecho en cinco ocasiones más o menos, para propagar así, de este modo, y con nuestra conducta intachable el ideal anarquista, que sólo usa la violencia en caso extremos y no con el aplauso de todos los asociados, pues siempre ha tenido muchos votos en contra.”

***

Todo esto era muy cierto, y podemos agregar una serie de otros elementos que nos permiten entender su vida anarquista. Pancho Pezoa –como le decían sus compañeros- había nacido en Santiago, en uno de los barrios más apartados de esta ciudad, donde desde niño conocería –como señalaría posterior a la muerte de Pezoa, su compañero Federico Serrano Vicencio- “el tumultuoso oleaje de las vidas humanas que bregan sin rumbo, o son arrojadas sin piedad, en las playas de la indiferencia y la desesperación”. De  padres carentes de instrucción y, sometidos a la “férula del trabajo”, el  pequeño Pezoa quedaba durante el día al amparo de los vecinos, que no siempre podían velar por su cuidado.  De esta época recordaría Pezoa con gratitud la profunda ternura con que le trataban dos maestros de la vecindad. Uno era de profesión tipógrafo y el otro zapatero, este último, un evangélico fanático que le enseñaba la historia del maestro Jesús, y al mismo tiempo le cantaba los himnos alusivos a la propaganda. El amigo tipógrafo era más psicólogo, a menudo le obsequiaba oleografías de carácter antirreligioso o históricas, y conseguía con sus padres llevarlo a los cerros a respirar aire puro y jugar al volantín”. (2)  Sin duda este primer contacto con obreros relativamente conscientes, sería básico para entender los próximos pasos de Pancho, pues al parecer, sería con ellos con quienes forjaría sus primeras inquietudes, sus dudas, además, quienes le enseñarían las primeras letras.

Siendo muy joven, Pancho optaría por un camino. Su vida como anarquista principiaría a comienzos del siglo XX, cuando cierta vez le tocó presenciar un mitin revolucionario donde relataban las barbaridades que se cometían en España por los elementos reaccionarios. Uno de los oradores habló de la historia de las religiones y los funestos perjuicios que ocasionaban a la humanidad. Recomendaba que se leyeran los folletos que se repartían gratuitamente al auditorio y que se mediaran sus argumentos, pues ellos no querían  forjar hombres idólatras, sino hombres que pensaran con su propia cabeza. Pancho entonces se sentiría atraído por aquellas lecturas, que le hacían pensar y soñar más allá de la miseria que veía a diario, y comenzaría a asistir a los Centros de Estudios Sociales, en donde encontraría más de estas lecturas: libros, revistas, periódicos que llegaban del extranjero de forma gratis, por canje, enviados desde Europa o desde Buenos Aires. Pero muchos de estos libros venían escritos en italiano, francés o inglés, y su curiosidad le haría aprender estos idiomas, y luego hacer traducciones.

Al calor de las lecturas, Pancho comenzaría su proceso de autoformación. Tal cual destacaría Manuel Rojas, “las fuentes de aquellas ideas y de aquellos sentimientos eran libros de bajo precio, empastados a la rústica, que ni había que comprar, pues los compraban otros obreros calificados, más dispendiosos o más anhelosos de saber, y los compraban y los leían y los prestaban y se los devolvían o no se los devolvían, pero pasaban a otras anhelosas manos que también los leían y los prestaban y se los devolvían o no se los devolvían, hasta que ya no era posible prestarlos ni devolverlos, de despedazados que estaban, pues sus lectores, siempre o casi siempre asalariados, los doblaban por donde caía y de cualquier modo, metiéndolos a empujones en los bolsillos de sus chaquetas, desbocando así los bolsillos y pelando el lomo de los libros, que después de varios prestamos empezaban a mostrar los cuadernillos y sus costuras, desencuadernándose luego de heroica y fecunda vida (3) De este modo, Pancho pronto se haría un experto en los movimientos sociales de Europa y América Latina, adquiriendo todos los conocimientos que llegaría a tener sin jamás haber asistido a universidad alguna. Porque, como señalara el mismo Manuel Rojas “en la universidad no enseñaban nada que tuviera que ver con aquello, sino, todo lo contrario, enseñaban leyes que los burgueses dictaban para reforzar sus posiciones, sus propiedades, sus derechos, sus prerrogativas, su pesada permanencia en el poder y en la propiedad de la riqueza”.

Conventillo en Santiago, 1900

Su autoformación le permitiría pronto animar conferencias en Ateneos, Sociedades Obreras y Centros de Estudios Sociales; sus temas eran variados: movimientos sociales, anarquismo, socialismo, sindicalismo, corporativismo, colectivismo, libertad de pensamiento, neomalthusianismo, etc. El dramaturgo Antonio Acevedo Hernández conocería a Pancho en la Casa del Pueblo cuando éste daba una  conferencia sobre neomalthusianismo. Diría en sus Memorias: “con su ropa limpia y muy usada, sus ojos claros, algo tristes, casi humildes. Me recibió con una sonrisa… Yo nada entendí de lo que dijo Pezoa; me daba sí cuenta de que su palabra era de alto valor. El público, muy atento, bebía sus palabras, y cuando terminó se le aplaudió, podría decirse, con respeto” (4). Según González Vera, “su verbo era tan dinámico y su manera de presentar los temas tan llena de interrogantes, que sus condiscípulos (Augusto Pinto, el hojalatero Farías y el marroquinero Carlos Lezana) revisaron sus ideas y, junto con arribar a la adolescencia, se hicieron anarquistas”.  (5)

Todo ello lo complementaba a través de sus clases nocturnas en distintos espacios obreros. Destacaría González Vera, “Como profesor no se estimaba. Nunca se jactó de serlo, ni creyó un solo instante que la enseñanza es un sacerdocio. Enseñaba como podía”. Siempre pensando en la cultura como una de las bases para la revolución social que debía comenzar a hacerse desde la vida misma -a vivirse en el día a día comenzando por un cambio en las mentes-, Pezoa plasmaría su pluma en distintos periódicos anarquistas y obreros en general. Escribía artículos periodísticos, poemas, uno que otro cuento, y una que otra “obrita” para ser representada en las veladas filodramáticas organizadas por las sociedades obreras. (6)

***

Pero estas ideas Pancho también las expresaba a través de canciones y poemas. La visión futura de una sociedad anarquista supo idealizarla y expresarla a través de poemas sencillos y armoniosos, que traspasaron las fronteras como un mensaje de salutación y solidaridad para todos los parias del mundo. En las pampas argentinas, en las salitreras, en las minas de Bolivia y en las obras del Canal de Panamá han vibrado en gargantas estremecidas por el dolor las estrofas de este anarko, a la vez poeta doctrinario y cancionista” (7)

La Matanza de Santa María de Iquique, en diciembre de 1907, impactaría a Pancho, y desde luego ello influiría en los resultados de sus creaciones. Así fue como durante el verano de 1908 escribiría algunos versos que relataban la trágica experiencia de los obreros pampinos, versos a los cuales le pondría música utilizando la contagiosa melodía de un vals muy popular por entonces, llamado “La Ausencia”, “que nadie podía oír sin sentir por lo menos ganas de silbar al que cantaba”.

Canto a la Pampa, la tierra triste
réproba tierra de maldición,
que de verdores jamás se viste
ni en lo más bello de la estación;
donde las aves nunca gorjean,
donde no crece la flor jamás,
donde riendo nunca serpea
el arroyuelo libre i fugaz.

Y el tema tendría tan buena recepción por parte de los círculos obreros, que desde entonces se cantaría en cada velada en cada mitin, en cada huelga, o calabozo, convirtiéndose en un verdadero himno del proletariado de esta región, himno de los parias sin dios ni patria, himno de los olvidados y explotados en los campamentos salitreros, en las minas de carbón o suburbios urbanos. Y Pancho…, Pancho se convirtió sin quererlo en una especie de trovador, aunque más ampliamente, era una especie de intelectual autodidacta, un hombre de letras, formado en el mundo de la sociabilidad obrera, pero lo cierto es que desde entonces, aquel muchacho que habitaba uno de los tantos conventillos del Mapocho –junto a su madre, la señora Berta, ya anciana-, se hizo conocido y admirado por todos, y cómo no, si el tema arrancaba lágrimas al ser entonado en cualquier sociedad obrera, especialmente en las sociedades anarquistas, a quienes las autoridades persiguieron implacablemente.
Desde entonces, se editaron varios cancioneros revolucionarios con sus versos. Un Comité pro Obreros pampinos, organizado a principios de 1908 en Valparaíso editaría por primera vez sus versos de venganza. Y luego se reeditarían una y otra vez, a iniciativa de distintos centros de estudios sociales y grupos anarquistas y obreros en general. (8)

Trabajadores del caliche, Tarapacá 1900
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Si bien sus conocimientos y popularidad pudieron haber significado para Pancho una forma de salir de la miseria en que vivía, el jamás aprovechó tal oportunidad. “Incapaz de pensar en el mañana o el pasado mañana”, “inhábil para prosperar gracias a cualquiera inteligencia o gracia que la vida le hubiese dado y la miseria le hubiese dejado intacta”, “sin espíritu de persistencia en algo”. Lo cierto es que Pancho jamás anheló nada, y “no  esperaba nada de la vida ni de nadie”, ni pedía tampoco nada, como “una corbata de seda italiana” o “cigarrera de oro”, a Pancho lo haría reír “la sola idea de que pudiera algún día tener alguna de estas cosas”; en palabras de Manuel Rojas, “estoy seguro que  jamás tuvo un sobretodo, a lo sumo, una camiseta de franela”. (9)  “Quizás si le faltó una mujer”, observaría González Vera, y seguramente por lo mismo recién señalado. Esto último queda reflejado también en los recuerdos de Antonio Acevedo Hernández.

                     “Recuerdo con una emoción enorme una escena. Estábamos en una fiesta campestre. Pancho había bebido algunos tragos, sus ojos tenían el azul de esos charquitos que deja la lluvia y que aprisionan el sol y su rostro ostentaba ese brillo intermedio de la  borrachera; la gente joven bailaba y cantaba, él se quedó solo sentado al pie de un árbol y con la espalda apoyada en su tronco nudoso; pasó una linda muchacha, y como todo el mundo le apreciaba hasta la veneración, le sonrió, Pancho quiso hablarla, tuvo la palabra a flor de labios, una galantería cultivada con cuidado, tal vez, o quizá un deseo; pero no lo hizo. La chica se volvió enviándole una última sonrisa, él se inclinó y su rostro se cubrió de lágrimas.
            Es probable que jamás haya pedido al amor que pudo iluminarlo, lo que el amor le debe. No ha podido hablar, no ha podido... Es probable que por esta razón guste del vino que hace olvidar…” (10)  
Por ser letrado, cuando un gremio se lanzaba a alguna huelga, era el redactor de las proclamas y manifiestos. Refiriéndose al gremio de los panaderos, recordaría González Vera que “Pezoa ayudó con su pluma al triunfo de los organizados, escribiendo decenas de manifiestos que apelaban a la conciencia de cada cual. Éstos se imprimían y penetraban en las salas de amasijo, llegaban a los hornos, subían a los camastros de los desamparados...cualquier papelito salido de la imprenta era un evangelio. Se lo leía una y otra vez y la palabra se hacía carne. Los panaderos libres triunfaron y lograron abolir el trabajo nocturno.
No sabiendo cómo demostrar a Pezoa su gratitud, apoderábanse de su persona, nada voluntariosa por desgracia, y lo hacían beber días y semanas. Así fueron inutilizándolo. Hubo un tiempo en que Francisco Pezoa quiso zafarse de sus admiradores. Partió al norte y entró en la redacción de El Pacífico. De nuevo el vino le hizo traición.” (11)

“¡Hombre, Pancho! ¡qué gusto verte! ¿Tomemos un vino?”, porque, ¿a qué puede invitar un maestro panadero de la regional San Diego, un carpintero de bahía o un cigarrero anarquista, socialista, sindicalista o colectivista, o simplemente maestro panadero, carpintero o cigarrero? No te va a invitar a tomar té; ¿estamos en Chile o no, somos chilenos o qué? Pancho podía haber dicho no, no bebo, gracias, tengo que hacer, me hace mal, o llegará a hacerme mal, pero no podría hacerlo, no habría podido hacerlo; ¿cómo herir a un amigo o a un compañero que nos saluda tan cordialmente y que con tanto cariño nos invita a tomar un vaso de vino, uno no más, porque tengo que hacer? Imposible rechazar una atención, sea cual sea; Pancho no habría podido herir a nadie, eso a riesgo de que aquel vaso de vino se convirtiera en una botella, y la botella en dos o en cuatro o en siete…(12)
“Pero nadie puede afirmar que sea un vicioso”, diría Acevedo Hernández: “por el contrario, es bastante organizado, ha estudiado con método y aprendido las materias más difíciles. Es también un gran periodista que comprende como nadie las cuestiones sociales…” (13). Para Acevedo Hernández, Pancho era “un verdadero anarquista, en el sentido ideal de la palabra, un anarquista que sabe mucho de las almas y de las vidas, un hombre comprensivo por excelencia, al que no le importan los dolores ni las befas, que nunca se queja, que tiene sonrisas para lo bueno y para lo malo que le acaece”  (14) Cuando González Vera, necesitaba practicar para convertirse en barbero, a Teodoro Brown, no se le ocurrió nada mejor, que hiciera dicha práctica con Pancho, lo visitó, “...habitaba en un conventillo. Ocupaba un cuarto espacioso, alejado del sol.”  “Lo encontré liando cigarrillos y escuchando a su madre, ya anciana, dominada por la amargura, que cesaba de recriminarlo por su vida sin objeto. Pezoa era afable, de genio alegre, muy tolerante y resignado. No le quedaba ninguna arista ni nada de lo que constituye al creyente, al reformador. Había caído en el escepticismo, aunque siempre estaba dispuesto a servir a los que creen. Aceptó que lo afeitara. Lo senté, le jaboné las mejillas con cuidado y comencé a rasurarle. La luz no abundaba. Para hacerlo mejor dejé de conversar. Apenas le hube despejado un carrillo. Pezoa me dio las gracias y me dijo que era suficiente. El se raparía el otro lado en la mañana...Le arguí que se vería rarísimo. Me manifestó que por estar en casa no le importaba mayormente. En seguida tuvo la finura de cambiar la conversación (15)

Momentos después, caminando ambos por la orilla del Mapocho, Pancho le habría señalado al escritor su “juicio melancólico acerca de los pequeños intelectuales de origen proletario”: -Su situación es harto curiosa –le habría dicho Pancho- Vienen del pueblo, pero en éste no encajan, sea porque se han instruido más que los otros prójimos, sea porque con la lectura perdieron lo genuino. Su preparación casi los equipara a los burgueses. Más a éstos les parecen más extraños aún, ya por su formación popular, ya por su pobreza- y se miró su traje gastado informe.” (16)

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Hacia 1920 era colaborador de la Casa del Pueblo y de una diversidad de periódicos obreros y centros culturales. Había sido delegado de la Asamblea Obrera de la Alimentación Nacional, hacia 1918-1919, siendo atacado por las sociedades católicas, que también componían esta coordinadora. (17)  Pancho no escaparía de la prisión y sería detenido junto a otros tantos obreros por sus actividades “subversivas”.

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En sus últimos quince años, diría González Vera, Manuel Rojas le confiaría la corrección de pruebas en las Prensas de la Universidad de Chile. Ocupaba una de los tres escritorios que tenía el taller de prensas. Hombre siempre silencioso, con un eterno cigarrillo entre los labios que él mismo liaba y cabeceaba prolijamente. Su labor era ardua, y se ayudaba con un viejo diccionario, un tintero y una áspera pluma de acero, con la cual iba haciendo los signos cabalísticos de la corrección de pruebas, y un escupitín. 

Recuerda Héctor Fuenzalida (ensayista, director entonces de la Biblioteca Central de la U. de Chile) al Pezoa de entonces: “...pocas veces se le oía hablar para emitir una voz trasnochada... era anarquista y ya viejo, alegraba sus días con su insistencia en los alcoholes. Lo veía cruzar el patio caminando con cierta dificultad ayudado de un bastón. Era un autodidacta. Gustaba de la buena lectura y poseía una notable capacidad de concentración y una gran dignidad personal. Para la universidad reservaba sus horas de sobriedad.

No alternaba con nadie y cuando llegaba la hora de almorzar se iba cojeando a una sabrosa cocinería de la calle Alonso Ovalle donde gustaba un guiso fuerte de comida criolla y bebía algunas copas de  grueso mosto. Era su única distracción. Volvía allí mismo al anochecer a enturbiar con el vino sus verdes ojillo y charlar de política gremial.
Sus pasos inseguros le llevaban, tarde la noche, hasta su casa. En aquel restaurante y en la imprenta, lo llamaban “el compañero Pezoa” con mucho respeto y bajando la voz...

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¿Cuándo y en qué circunstancias murió Pezoa? Todo hace presumir que murió muy solo. No tenía hijos, ni esposa. Sabemos que fue en el año 1944, en el mes de marzo. En recuerdos aparecidos en El Andamio, su compañero de andanzas -también poeta y bohemio-, Federico Serrano Vicencio, daría la despedida a este anarquista y poeta bohemio.

“He aquí, pues, al poeta que ha desaparecido y que marchó por el mundo envuelto en un silencio de modestia y de dolor. Pero el sabía extraer notas melodiosas que desentrañaba de su alma. Por eso ya en el ocaso de su vida física –setenta años más o menos- cultivó una serenidad socrática, y, tanto su pasado, como su presente y su porvenir, lo advertía cincelado, ora por sí mismo, ora por el tiempo que surca de arrugas el rostro y marchita las flores.
Pero esto ya él lo sabía demasiado, y cuando se acercó por fin la hora suprema, se refugió en el abismo de la sombra, siempre confiado en que el ideal que abrazaba, lo retornaría al seno de la madre tierra siempre generosa y cambiante, acaso para que el polvo de sus huesos dieran aliento a un frondoso árbol, o dieran colorido a una hermosa flor, pura y sencilla como sus versos, que palpitarán eternamente en el corazón de los explotados del mundo.” (19)


Notas
  1. habría nacido –según  Julio Molina Nuñez y Juan Agustín Araya en su “Selva Lírica. Estudio sobre los poetas populares chilenos”, publicado en 1917- en 1885
  2. Federico Serrano, Recuerdos anarquistas, 1945
  3. La Oscura Vida Radiante, op. cit.
  4. Memorias de un autor teatral, p. 117
  5. una de ellas: El Ahorro, ver La Protesta, Santiago, 1908
  6. Cuando era Muchacho, op. cit.
  7. Julio Molina Nuñez y Juan Agustín Araya, “Selva Lírica. Estudio sobre los poetas populares chilenos”, publicado en 1917.
  8. La Oscura Vida Radiante, op. cit.; CES “Fuerza Consciente”, La Batalla, nª 51, 2º 15º febrero de 1915.
  9. La Oscura Vida Radiante, op. cit
  10. Memorias de un autor teatral, op. cit.
  11. Cuando era Muchacho, op. cit.
  12.  La Oscura Vida Radiante, op. cit.
  13. Memorias de un autor teatral, op. cit.
  14. ibidem
  15. Cuando era Muchacho, op. cit.
  16. ibidem
  17. La Opinión, Santiago, 7 de febrero de 1919.
  18. El Andamio, Stgo, Nª 437, 30 agosto 1945